Después de sus dos discos más irregulares de los 70, “A Period Of Transition” (1977) y “Wavelenght” (1978), Van Morrison subió notablemente con su último trabajo de la década, su undécimo LP en solitario “Into The Music”.
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El álbum venía cargado de poderosas e inspiradas canciones y Van cantaba con la seguridad de quién sabe que está haciendo algo grande. Y ahí quedaron joyas como “Full Force Gale”, “Bright Side Of The Road”, “You Make Me Feel So Free“, “It’s All in the Game” / “You Know What They’re Writing About” o “And The Healing Has Begun”.
El LP se grabó a principios de 1979 en Record Plant en Sausalito, California, producido por Morrison con Mick Glossop como ingeniero. Tal vez fue la culminación de su especial maridaje soul folk jazz, incluyendo varios números de inspiración céltica.
Que Van Morrison siempre tuvo una capacidad enorme para componer vibrantes singles (“Domino”, “Brown Eyed Girl”, “Jackie Wilson Said”, “Wild Night”) es algo que no se le escapa a cualquier buen conocedor de su música, pero su figura quedaría incompleta, casi desnuda, si ignoramos las largas epopeyas sonoras en las que Van desplegaba su particular “bucle”, una especial expresividad caracterizada por la economía de palabras y un sobrado apabulle interpretativo. Largos temas con desarrollo como “T.B. Sheets”, “Madame George”, “Cypress Avenue”, “Almost Independence Day” o “Listen To The Lion”.
Y en “Into The Music” era “And The Healing Has Begun”. Un largo corte cuyo sentido último hay que buscarlo en la interpretación, la intensidad vocal y musical del grupo que lo acompaña. El mensaje es mínimo, básico y repetitivo. Una repetición que en cualquier otro resultaría ridícula.
El LP, en realidad, combinó fantásticamente a esos dos Morrison, como no lo había hecho desde “St. Dominic´s Preview” de 1972.
En ese sentido, Van Morrison ha sido un poco el anti-Dylan. Más parco en palabras y con bastante más vuelo canoro. Aunque ambos grandes compositores, nadie ha hecho mejor a Van Morrison que Van Morrison, cosa que no ha pasado con Bob Dylan, algunos lo han mejorado en sus versiones.
Más que la letra, el mensaje era lo importante. Y Van sabía estirarlo, retorcerlo, susurrarlo o gritarlo a pleno pulmón a su antojo. Y al final, ante tal derroche de intensidad, ante tan convincente y trabajosa (a veces agotadora) exposición y desarrollo, no podía caber duda: la curación había comenzado.
Van creía en los cambios, en la evolución y crecimiento de su música. Estaba en contra del malditismo en el rock. De hecho, en los setenta ya no se consideraba un artista de rock en absoluto.
No entendía por qué los críticos escogían su “Astral Weeks” como uno de los mejores álbumes de la historia del rock, cuando no es rock (¿complejo de inferioridad de la crítica?). Decía que todo el rollo de “shake it baby” y “clap your hands” ya lo había hecho antes con Them, y que estaba intentando investigar un poco y hacer otras cosas.
Aseguraba que él cambiaba constantemente de opinión porque las obsesiones podían convertirse en locura, una locura que al parecer llegó a bordear en alguna ocasión (todo esto sin ir vestido de negro y adoptar poses chic atormentadas, la procesión iba por dentro).
“Into The Music” fue su último gran disco de los 70, el que precedió a su etapa “new age”, bastante denostada y aún así con canciones únicas y sorprendentes.
Van se movía, intentaba hallar un nuevo camino, hacer algo nuevo con su música. Iluminarla, convertirla en color, hacerla transparente o desvanecerla en el silencio.