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Lo malo no es que Katy Perry sea una hortera de bolera, lo peor es que su espectáculo es antimusical, todo enlatado como ayer en la Superbowl. Aquí no valen las canciones, no valen un céntimo, es todo puro montaje, puro espectáculo, la música es secundaria es casi la excusa para que pueda haber show.
Un show espectacular, en el sentido más cursi, con todo lujo de detalles, luces, explosiones e ingenios. Y eso es lo que más llamó la atención en el comienzo de su actuación en el descanso de la Superbowl, Katy salió al campo montada sobre un gigantesco león robótico. La siguiente canción fue una coreografia, bastante fea, con piezas de ajedrez humanas.
Y después llegó lo peor: Lenny Kravitz en la Superbowl equivocada. Resultaba además de extraña casi patética la pareja Perry-Kravitz. Cosa menos rock que Katy no se puede concebir (ni tan siquiera Miley Cyrus) y Lenny daba pena a su lado, parecía incómodo, como si en realidad no quisiera estar allí. La extrañísima pareja. Y más créditos rockeros que pierde Lenny Kravitz yendo a este “sarao”, si es que ya le queda alguno.
Luego vino el número de las palmeras, tiburones y tablas de surf, tan solo una chorrada infantiloide para desengrasar un poco.
Y de lo intrascendente a lo mejor de la noche: Missy Elliot y sus bailarines. Aquí la que sobraba era Katy Perry, dando unos absurdos grititos y prácticamente cargándose la coreografía con su sola presencia. Missy cantó el medley ‘Get Ur Freak On’ -‘Werk It’ – ‘Lose Control’, los únicos títulos de canciones que merece la pena reseñar de toda la velada.
La patraña de 12′ 30″ acabó con Katy por los aires abordo de una estrella haciendo mimo riguroso. Katy Perry es la reina de la lata. Es un latazo.