¿Cómo era Freddy?. No había ningún parecido entre el que conocí en los años setenta y el que me encontré la última vez que lo vi, en Ibiza, a finales de mayo del año 87, cuando cantó en la discoteca KU su famosa ‘Barcelona’ con Monserrat Caballé. Freddy había decidido pasar unas vacaciones en Ibiza. El batería de Queen, Roger Taylor tenía una casa en San Antonio y Pino Sagliocco, el gestor del Festival anual Ibiza´92, mantenía unas relaciones fantásticas con John Reid, el manager de Queen. Entre todos, convencieron a Samaranch para que ‘Barcelona’ se convirtiera en el himno oficial de los Juegos Olímpicos del 92.
En aquella noche ibicenca, a pesar de la excitación de cantar con la Caballé, Freddy ya no era el agotador y agitador cantante que sólo conocía la existencia del epicureísmo y la promiscuidad. Muy lejos quedaba la famosa bacanal que organizó una vez en Munich, que duró un par de días, cuando cumplió 39 años. Era como si en esos momentos, quisiera “sentar la cabeza”. Poco después supe la razón por la cual Freddy había perdido esa energía delirante, esa magia de de devorador de la vida con la que me había encontrado, por ejemplo, en Nueva Orleáns, cuando se le ocurrió presentar el álbum “Jazz”, con más de doscientas chicas desnudas en el “ballroom” del hotel Fairmont, en aquella noche de Hallowen del año 78.
Freddy ocultó el diagnóstico a todo el mundo, por miedo a lo que pensarían sus padres, su hermano… Sólo un día antes de su muerte publicó un comunicado oficial en que reconocía su enfermedad. Todas las asociaciones del SIDA le han criticado, porque si lo hubiera anunciado en aquel momento que conoció la noticia se habría prevenido bastante más la enfermedad y se hubiera dedicado más dinero a la investigación. Pero la primera gran estrella del rock víctima del SIDA tardó más de cuatro años en reconocerlo. ¿Por qué? Quizá por ser zoroastra, por su religión o, simplemente, por desvíar la atención en su sentido hedonista de la vida. Tenía razones para ocultar el drama.
Musicalmente, Freddy era un superdotado. Puede que sea el mejor cantante de la historia del rock. Su voz llegaba casi a un registro de cuatro octavas. Cuando hablaba tenía voz de barítono, pero cuando cantaba llegaba a ser un tenor puro, cristalino y llegaba a la nota más inverosímil.
Admiraba el cabaret. Siempre dijo que quería ser como Liza Minelli en “Cabaret”.
Siempre bebía champán, hasta los últimos días de su vida, aunque también le gustaba el vodka frío y la comida hindú. Y sus gatos persas no le dejaron nunca. Sólo hasta el día de su muerte. No le daba tanta importancia a la ropa. Sólo cuando subía a un escenario. Allí era feliz, a pesar de su timidez.